El Fernando y su señorita Oginia (HUILO RUALES presentando Miss O’ginia, 19/05/2011)

Con el Huilo, parrandeando con harto flow

Uno

En marzo del 2009, tipo seis de la tarde estrené mi celular ecuatoriano con una llamada para invitarme a un vaso de cerveza en El Lennon en donde estamos con una bola de panas kekieren konocerte. Bakàn, bróder, te esperamos, reinavictoria y lizardogarcía, esquina. El Lennon no tiene ni rótulo, ni paredes, ni facha de bar de kito sino más bien de bebedero con los pies en el mar. Entre los amigos del Grandrés Villalba se halla uno, menudo, sonrojado, con cierto aire de lego medieval, que me habla en serbio aunque el texto ajado que me muestra está en español. Texto al rojo vivo, texto ovni en firmamento patrio. De esta manera conozco a Fernando, que ya para entonces, como lo comprobaría semanas más tarde, se halla surfeando en la cresta del nuevo oleaje literario ecuatoriano.

Dos

A propósito, este Oleaje me parece una buenísima novedad : Los escritores jóvenes del inicio de la segunda década del siglo 21 no constituyen una generación siguiente a la anterior. No son herederos de nadie. No tienen por qué mancharse los dedos degollando al padre. Hasta cierto punto, son bastardos de oro, nacidos y crecidos en aguas internéticas, lo cual les vuelve ejemplares de otra especie con celular en la oreja y entre los dedos el mundo, con sus bibliotecas y maravillas y hasta sus cloacas, nada más que conectándose a google. Escritores que gracias al mail no han tenido la necesidad de conocer, por ejemplo, el dolor de la distancia y el desfase temporal que implicaba la comunicación epistolar. Es decir, la carta escrita con el corazón en el pulso y que se la sellaba con la lengua, antes de echarla en el buzón sintiendo el azoro de que esas íntimas palabras quizá estaban cayendo en un vacío cósmico lleno de millones de cartas extraviadas. El juramento de amor eterno extraviándose o llegando tan tarde a las manos de la amada que su amante era ya un soldado caído en la batalla.

En cambio los nuevos escritores tienen alas, a veces funjen de dioses, soplan y hacen botellas, que a veces se las beben y a quienes se los encuentra, frescos, ávidos, extremos, en el corazón de la zhona, que es de vidrio, piel y majadería, además de ser el húmedo limbo de los ángeles exterminadores. También los poetas nuevos son exterminadores y en lugar de ombligo tienen tatuaje. Es que los poetas actuales escriben como si se escribieran, como si se tatuaran. Escriben desde ellos mismos y con toda la impudicia, como si la escritura fuera una forma de desnudarse hasta quedarse en huesos, en destello, en silencio con sus huellas digitales. Será por eso que en ellos la Muerte es una pitonisa que vive embarazada. Será por eso que caminan como si la ciudad estuviera en escombros y la memoria se redujera a una jauría de perros albinos.

Bastardos de oro que no tizan ninguna cancha, ni se bautizan con nombre de pajarito ni flamean banderas y más bien se lanzan al vacío con un sentido de la fiesta que da envidia. Poetas que lo siguen siendo dentro y fuera de la escritura, los libros, el surfeo intenético. Novelistas, cuentistas, poetas nuevos que si se les viene en gana pueden titularse Machete Rabioso, Sexo Idiota, Majadería Inn, Panecillos de Panero, fugaces apelativos epifánicos. Por allí hay un poetota veinteañero, que tiene el vicio de masticarse la manga y que dice como si nada que no es ni le interesa ser poeta. Que si escribe es porque no halla todavía otra manera de quitarse el escozor, la malaleche, los aullidos secretos. Que si escribe las maravillas que él no sabe que escribe, es porque todavía no halla otra manera de quitarse la vida. Naturalmente, yo le oigo sintiendo unas ganas de masticar la copa vacía, el tabaco encendido, las diez mangas que agazapan mi verguenza.

Tres

Entre estos poetas anfibios, Fernando Escobar Páez, es un pez espada, un pez torpedo, un pez con un poderoso órgano eléctrico a cada lado del disco que puede generar más de 200 voltios. Un pez mitad vampiro, mitad ángel, que visita la tierra a fin de proveerse de vituallas diurnas y duendes nocturnos para enseguida regresar a su búnker submarino titulado Miss O’ginia. Desde allí dispara sus misiles causando un gran impacto destructivo y constructivo, hasta en el Medioriente. Frecuentes clausuras y demandas ha sufrido su blog, lo cual ha sido un alimento fortificante como lo muestra el hecho de que lo ha reabierto y con honores, sencillamente porque en su conjunto, en su continente y contenido, el blog de Fernando es un estupendo espacio poético que atenta contra el buenvivir, el buenmorir, el buenmentir. Humor, provocación, ruptura limítrofe, códigos incendiarios, escatología, pornografía, destreza expresiva, harakirismo, es decir, poesía extrema, posundergrundesca, quién lo diría, made in kitolandia. Fernando y su blog y su espacio de facebook y su correo electrónico y su Miss O’ginia y su merodeo por la zhona, es un poeta extremo que nos ha caído del infierno. Feligreses de lo políticamente correcto, sálvense kienespuedan. Un fresquísimo escritor perfomancero que hace de su propia vida y del amor y del sexo y del miedo y de la muerte, un happening permanente y que desde su nave internética lleva a cabo, como si tuviera reflectores y cámaras, su reality-show. Hace unos tres días, justamente, enviaba el siguiente mensaje a su millón de conocidos : «qué más panas… alguién sabe que carajos hice ayer entre las 12 del mediodía y las cuatro de la tarde? si alguien sabe donde estaba, avísenme, que, la plena, no me acuerdo de esa parte de mi vida (talvez sea mejor asi, pero si me da curiosidad saber donde estaba)».

Bastaría que Fernando compile todos sus mails, los seleccione, los procese, les dé una mano de gato, para tener el material de un nuevo y contundente libro. Igual, de sus otros textos y espacios internéticos, en donde está pletórica su rica obra, ya que Fernando en sí mismo es su obra y la escritura un incesante tatuaje en su cuerpo. Un poeta de la insolencia, a través de la cual, si somos prolijos, podemos palpar la desazón, el naufragio, la necesidad milenaria de escupir en los sangrientos ojos del vacío.

Cuatro

 El libro que se bautiza esta noche es otra estrella del mismo cielo. Un libro bomba en un ámbito carco. Un libro que tendrá una vida mitad betséller, mitad clandestina y que circulará causando incendios. Una obra extrema, en la que el humor es una chispa inteligente en los ojos de un ángel perverso y triste y a la intemperie y con las alas a medio chamuscar. El mérito de estos textos no está solamente en la audacia temática, en la intencionada actitud desacralizadora, en la obsesiva alusión erótica y pornográfica, sino en su destreza para bailar en el filo del abismo sin caerse, gracias a una escritura fresca y pulcra y chispeante de humor. Gracias a la desolación que late bajo su materia excesiva. Un conjunto de textos que, como lo afirma el poeta Andrés Villalba, encuentra en la frustraciòn y la imposibilidad del deseo consumado, una venganza que agudiza sus aristas envenenadas. Hasta, podría decirse que Miss O’ginia a fuerza de excesos es más bien una muestra antipornográfica, ya que en lugar de exacerbar el deseo busca denigrarlo y convertir la belleza y el gozo en un deformado ritual sin fondo ni sentido, aparte de la desolación.

 

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Ya van 4 ediciones en 4 países diferentes de este mugre libro (suck this).

Cinco

 En todo caso, Fernando Escobar Páez, es, por sí solo, un acontecimiento inusitado en Ekualandia. Un ejemplar de especie rara en un medio tan inhibido como es el literario local, y en una sociedad tan moijgata como la nuestra. Su Señorita O’ginia, sin aspavientos y en forma natural lo inserta en el espectro de escritores desacralizadores, provocadores, en general oriundos de las metrópolis de la cultura y el akabóse. Pero por Dios, qué hace un joven escritor quiteño fuera del patrón tricolor y enredado en cosa de mayores, como una suerte de Chuck Palahniuk, escribiendo esa suerte de Snuff que es su Miss O’ginia. Lo correcto hubiese sido que irrumpa en el asfalto ecuatoriano con ínfulas de realismo sucio, tipo Bukowsky o Fante o Padura, pero no. Escobar Páez, estudiante de universidad privada, hijo de familia bien, sobrino de filósofo, compañero de cofradía de los poetas con tatuaje, ha querido inaugurar con este paquete de textos su Club de la Pelea. Vengan, entren, acérquense al cuadrilátero de Miss O’ginia.

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